Revista de Arte y cultura

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Ilustración de Javier Ugarte
Los 40 grados de Madrid nos carbonizan el cerebro. El ambiente apesta. La irritabilidad se condensa en el aire acondicionado, ocupa los asientos del autobús, ensucia las estanterías deAhorramás; acecha en el parque y en las noches, poblando de pesadillas el descanso de los niños.
Abrazo las horas que me separan del Mediterráneo, su luz, su brisa; nadar y sentir corrientes de agua congelada en la nuca, purificando las neuronas, de toxinas cibernéticas, burrocracias y palabras punzantes de enanos mentales que pululan por tu vida jodiéndote el invierno.
Se me cae la baba pensando en la sardina y el salmorejo.
Entramos en Almería. El termómetro del coche mantiene inamovible los 40 grados. Sol inicia la retahíla del cuánto queda. Juanito conserva su rictus de mala hostia, como si aún la ciudad le tuviese cogido por los huevos. Entramos en Vera; a una hora para ver sonreír a Juanito mientras degustamos esa caña y esa tapa a orillas del mar.
Hemos llegado.
Descargamos, bueno, es un decir, descarga Juanito y corremos como sapos sedientos a darnos un chapuzón. Mi cara se deforma cuando mojo los pies. Intento distinguir si parece una charca de pis o un caldo con posos de aceite solar.
Mar adentro, me digo, pero continúo nadando en aguachirle salado hasta que acaricio la boya. Un calambre de frustración inmoviliza mi gemelo derecho. Alcanzo la orilla con dificultad, salgo cojeando. Asquerosas gotas calientes entreveradas de sudor pegajoso me invaden el cuerpo,  me desinflo; estos cabrones han convertido el mar en la charca de la guarra y siguen cuestionando el cambio climático, si lo hubiera, dicen.
- ¡Mami, mami! Está buenísima. Ven a buscar peces.
No imagino entonces que aquel agua calentita seduciría tanto a Sol que no saldría del agua ni para echar la siesta. Una vacación sin la dosis de silencio necesaria para combatir las 24 horas del día pegados todos, mami, papi y Sol. Pegados y pegajosos. Con 40 grados que no cesan en la ola de calor más larga de la historia y una humedad de entre el 60 y el 80% mientras Juanito y yo nos turnamos para perseguir peces, revolcarnos en las olas, pedalear, hacer el pino y construir un castillo de arena. Y llega la noche. Aún nos queda el parque, el castillo hinchable, el escondite, el me da vergüenza, y el mantra del mami, mami, papi, papi, es que lo quiero, please.
No somos padres, somos súper héroes.
Pasan los diez días sin bajar la guardia. La ola de calor transforma la brisa mediterránea en sauna desértica. Tampoco la tapa sabe igual,  se mezcla con el regusto salado de unos labios siempre sudorosos.  Cuatro broncas en 10 días, el doble que los dos polvos rápidos y pegajosos robados a la presencia compulsiva de Sol.
Volvemos a Madrid como quien sobrevive a una guerra. No. No somos héroes. Sólo supervivientes. Nosotros de la vacación, otros, como los griegos, de la utopía democrática. Allí no ha quedado nada. Ni voluntad popular ni  brotes verdes. Aquí los brotes verdes cubren  el estudio con sofá cama y el ya instaurado all included de toldilla, bocata y playa. ¡Qué digo bocata! Con el exceso de Chefs acaparando parrilla televisiva (casi desbancan al fútbol en minutos mediáticos), del bocata no ha quedado ni el pan. Eso es una ordinariez. Comida rápida vestida de alta cocina. Exóticas ensaladas, hamburguesas vegetarianas o delicias de pan orgánico salpicado con semillas ecológicas. Y un buen vino blanco. Ahora despliegas tu all included playero sin complejos. Con orgullo de adaptarte a la crisis sin perder calidad ni soltar más de lo que el cinturón aprieta. Allí, en Grecia, no ha quedado nada, tampoco orgullo, lo han estrangulado, desde Alemania, sin dejar pruebas ni huellas dactilares; el crimen perfecto de todo un país.

Me consuelo sabiendo que aún nos espera el pueblo, en mitad de ninguna parte, y pongo todas mis esperanzas en los últimos días de la vacación. Sin calores sofocantes ni avalanchas turísticas. Un poco de silencio, quizá con suerte robar un momento de pareja a la dictadura filial. Con eso me conformo.
En cuanto abandonamos la autovía y dejamos atrás Guadalajara Juanito pone música. Primero“Sangre Pop” de Tremenda Trementina, Sol se desgañita cantando su canción favorita del año, después “Famélicos Famosos” del Sr. Chinarro. Miro a Juanito, no quita la vista de la carretera pero sé que me ve con el rabillo del ojo, sonrío y me entrego al estribillo de la canción que me tiene conquistada.
Hacia las diez de la noche recurrimos al jersey y al calcetín. Sol nos pide permiso para dormir con Vanesa. Nos falta tiempo para gritar de alegría. Y llegan las risas, las bromas, el whatsApp con la foto de manta, jersey y calcetín al grupo de “Cocidos en Almería”, las confidencias, la ternura y las ganas de recuperar un sexo que se desgració en el parto, entre episiotomía y leches maternas. Un sexo que no tuvo con Esther. Nunca me ha hecho falta preguntar. Lo sé. Lo supe el primer día que me acosté con Juanito. Esther sería maravillosa pero no follaba como yo. Su apetito sexual siempre fue escaso o nulo. – Rita, pierdes tanto tiempo pensando en los hombres. Follar es una de las cosas menos interesantes del mundo – Eso decía, y a continuación se le iluminaba la cara enumerando opciones mucho más apetecibles que un polvo. Ahora vive enganchada al Meetic, buscando amor dice, pero sin despreciar un buen polvo, añade. Y folla mucho más que yo. Y eso me da rabia. Mucha rabia.
Al día siguiente, descansados y follados ponemos rumbo a playa Pita. Al pasar Ujados divisamos unos nubarrones con claro aspecto de tormenta. El agua llega sin avisar. Como si hubieran abierto una compuerta sobre el coche. Suenan golpes secos en el techo. El granizo choca contra el cristal, cada vez más fuerte, casi con rabia, como si supiera que es verano y a los turistas nos hace felices un rayo de Sol. Lo sujeto, ay Dios mío, digo. Sol se burla de mí. – Mami miedosa, mami miedosa, canturrea con guasa.
Dos horas después llegamos a playa Pita, hoy playa Fracaso, con nuestro all included, bañador y crema solar, el cielo negro y un frío que nos echa a patadas.
Tampoco en el pueblo el clima nos recibe mejor. Una riada baja por la calle principal como un afluente del salvaje Amazonas. Empapados, conseguimos al fin entrar casa. Pero ay, al abrir la puerta, el agua nos saluda desde la cocina hasta el salón.
Pasamos la tarde achicando agua, hasta perder la cuenta de los cubos. Estoy doblada. Las hernias punzan la parte baja de mi espalda, me impiden erguirme y comienzo a andar en ele.  Sol me mira con ojos lastimosos. Juanito coloca su mano sobre mi espalda. El calor me calma. – Vamos arriba, me susurra. Ordena a Sol que devuelva los cubos que hemos pedido a los vecinos, que vaya a buscar toallas limpias a casa de Mara y a por un poco de pócima mágica contra el dolor de espalda a casa de Rafa. Y lo más importante, que no suba al cuarto, mamá necesita descansar. Ya bajará él cuando termine el masaje.

Llego  como puedo a  la planta de arriba, la ele que se forma entre mi tronco y mis piernas es cada vez más recta,  me arrastro por la habitación hasta la cama, piso algo mojado y caigo de bruces sobre los residuos de una monumental gotera que lo ha empapado todo.  Cama, sábanas, colchón. Juanito abre la puerta. En su mano derecha lleva un bote de crema, ya abierto. Por la rendija de la ventana vemos como se pierde, a la deriva, el amor en los tiempos del cambio climático.

Los 40 grados de Madrid nos carbonizan el cerebro. El ambiente apesta. La irritabilidad se condensa en el aire acondicionado, ocupa los asientos del autobús, ensucia las estanterías deAhorramás; acecha en el parque y en las noches, poblando de pesadillas el descanso de los niños.
Abrazo las horas que me separan del Mediterráneo, su luz, su brisa; nadar y sentir corrientes de agua congelada en la nuca, purificando las neuronas, de toxinas cibernéticas, burrocracias y palabras punzantes de enanos mentales que pululan por tu vida jodiéndote el invierno.
Se me cae la baba pensando en la sardina y el salmorejo.
Entramos en Almería. El termómetro del coche mantiene inamovible los 40 grados. Sol inicia la retahíla del cuánto queda. Juanito conserva su rictus de mala hostia, como si aún la ciudad le tuviese cogido por los huevos. Entramos en Vera; a una hora para ver sonreír a Juanito mientras degustamos esa caña y esa tapa a orillas del mar.
Hemos llegado.
Descargamos, bueno, es un decir, descarga Juanito y corremos como sapos sedientos a darnos un chapuzón. Mi cara se deforma cuando mojo los pies. Intento distinguir si parece una charca de pis o un caldo con posos de aceite solar.
Mar adentro, me digo, pero continúo nadando en aguachirle salado hasta que acaricio la boya. Un calambre de frustración inmoviliza mi gemelo derecho. Alcanzo la orilla con dificultad, salgo cojeando. Asquerosas gotas calientes entreveradas de sudor pegajoso me invaden el cuerpo,  me desinflo; estos cabrones han convertido el mar en la charca de la guarra y siguen cuestionando el cambio climático, si lo hubiera, dicen.
- ¡Mami, mami! Está buenísima. Ven a buscar peces.
No imagino entonces que aquel agua calentita seduciría tanto a Sol que no saldría del agua ni para echar la siesta. Una vacación sin la dosis de silencio necesaria para combatir las 24 horas del día pegados todos, mami, papi y Sol. Pegados y pegajosos. Con 40 grados que no cesan en la ola de calor más larga de la historia y una humedad de entre el 60 y el 80% mientras Juanito y yo nos turnamos para perseguir peces, revolcarnos en las olas, pedalear, hacer el pino y construir un castillo de arena. Y llega la noche. Aún nos queda el parque, el castillo hinchable, el escondite, el me da vergüenza, y el mantra del mami, mami, papi, papi, es que lo quiero, please.
No somos padres, somos súper héroes.
Pasan los diez días sin bajar la guardia. La ola de calor transforma la brisa mediterránea en sauna desértica. Tampoco la tapa sabe igual,  se mezcla con el regusto salado de unos labios siempre sudorosos.  Cuatro broncas en 10 días, el doble que los dos polvos rápidos y pegajosos robados a la presencia compulsiva de Sol.
Volvemos a Madrid como quien sobrevive a una guerra. No. No somos héroes. Sólo supervivientes. Nosotros de la vacación, otros, como los griegos, de la utopía democrática. Allí no ha quedado nada. Ni voluntad popular ni  brotes verdes. Aquí los brotes verdes cubren  el estudio con sofá cama y el ya instaurado all included de toldilla, bocata y playa. ¡Qué digo bocata! Con el exceso de Chefs acaparando parrilla televisiva (casi desbancan al fútbol en minutos mediáticos), del bocata no ha quedado ni el pan. Eso es una ordinariez. Comida rápida vestida de alta cocina. Exóticas ensaladas, hamburguesas vegetarianas o delicias de pan orgánico salpicado con semillas ecológicas. Y un buen vino blanco. Ahora despliegas tu all included playero sin complejos. Con orgullo de adaptarte a la crisis sin perder calidad ni soltar más de lo que el cinturón aprieta. Allí, en Grecia, no ha quedado nada, tampoco orgullo, lo han estrangulado, desde Alemania, sin dejar pruebas ni huellas dactilares; el crimen perfecto de todo un país.

Me consuelo sabiendo que aún nos espera el pueblo, en mitad de ninguna parte, y pongo todas mis esperanzas en los últimos días de la vacación. Sin calores sofocantes ni avalanchas turísticas. Un poco de silencio, quizá con suerte robar un momento de pareja a la dictadura filial. Con eso me conformo.
En cuanto abandonamos la autovía y dejamos atrás Guadalajara Juanito pone música. Primero“Sangre Pop” de Tremenda Trementina, Sol se desgañita cantando su canción favorita del año, después “Famélicos Famosos” del Sr. Chinarro. Miro a Juanito, no quita la vista de la carretera pero sé que me ve con el rabillo del ojo, sonrío y me entrego al estribillo de la canción que me tiene conquistada.
Hacia las diez de la noche recurrimos al jersey y al calcetín. Sol nos pide permiso para dormir con Vanesa. Nos falta tiempo para gritar de alegría. Y llegan las risas, las bromas, el whatsApp con la foto de manta, jersey y calcetín al grupo de “Cocidos en Almería”, las confidencias, la ternura y las ganas de recuperar un sexo que se desgració en el parto, entre episiotomía y leches maternas. Un sexo que no tuvo con Esther. Nunca me ha hecho falta preguntar. Lo sé. Lo supe el primer día que me acosté con Juanito. Esther sería maravillosa pero no follaba como yo. Su apetito sexual siempre fue escaso o nulo. – Rita, pierdes tanto tiempo pensando en los hombres. Follar es una de las cosas menos interesantes del mundo – Eso decía, y a continuación se le iluminaba la cara enumerando opciones mucho más apetecibles que un polvo. Ahora vive enganchada al Meetic, buscando amor dice, pero sin despreciar un buen polvo, añade. Y folla mucho más que yo. Y eso me da rabia. Mucha rabia.
Al día siguiente, descansados y follados ponemos rumbo a playa Pita. Al pasar Ujados divisamos unos nubarrones con claro aspecto de tormenta. El agua llega sin avisar. Como si hubieran abierto una compuerta sobre el coche. Suenan golpes secos en el techo. El granizo choca contra el cristal, cada vez más fuerte, casi con rabia, como si supiera que es verano y a los turistas nos hace felices un rayo de Sol. Lo sujeto, ay Dios mío, digo. Sol se burla de mí. – Mami miedosa, mami miedosa, canturrea con guasa.
Dos horas después llegamos a playa Pita, hoy playa Fracaso, con nuestro all included, bañador y crema solar, el cielo negro y un frío que nos echa a patadas.
Tampoco en el pueblo el clima nos recibe mejor. Una riada baja por la calle principal como un afluente del salvaje Amazonas. Empapados, conseguimos al fin entrar casa. Pero ay, al abrir la puerta, el agua nos saluda desde la cocina hasta el salón.
Pasamos la tarde achicando agua, hasta perder la cuenta de los cubos. Estoy doblada. Las hernias punzan la parte baja de mi espalda, me impiden erguirme y comienzo a andar en ele.  Sol me mira con ojos lastimosos. Juanito coloca su mano sobre mi espalda. El calor me calma. – Vamos arriba, me susurra. Ordena a Sol que devuelva los cubos que hemos pedido a los vecinos, que vaya a buscar toallas limpias a casa de Mara y a por un poco de pócima mágica contra el dolor de espalda a casa de Rafa. Y lo más importante, que no suba al cuarto, mamá necesita descansar. Ya bajará él cuando termine el masaje.

Llego  como puedo a  la planta de arriba, la ele que se forma entre mi tronco y mis piernas es cada vez más recta,  me arrastro por la habitación hasta la cama, piso algo mojado y caigo de bruces sobre los residuos de una monumental gotera que lo ha empapado todo.  Cama, sábanas, colchón. Juanito abre la puerta. En su mano derecha lleva un bote de crema, ya abierto. Por la rendija de la ventana vemos como se pierde, a la deriva, el amor en los tiempos del cambio climático.









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